El padre Luis Riquelme vivía en Rancagua al momento del golpe de Estado, posteriormente fue párroco en San Fernando. Desde un primer momento, junto a otros sacerdotes, decidieron dedicarse a prestar ayuda a los perseguidos políticos y a sus familiares. Realizaban visitas a las cárceles, reunían alimento y asistían a quienes necesitaban salir al exilio, entre otras actividades orientadas a sobrellevar las violaciones de los derechos humanos propias de la época.